miércoles, 24 de noviembre de 2010

La agroecología; una esperanza para el campo y las familias campesinas


 La crisis ecológica es una de las consecuencias más lamentables del actual modelo de producción y consumo, los agroquímicos solo agravan el problema. Para Toledo (2003), esta situación “es una expresión tangible y concreta del proceso de globalización, y es a su vez también la consecuencia mas relevante del impresionante desarrollo y expansión de la civilización industrial y de sus aparatos tecnológicos”, sin
embargo agrega, “el producto mas relevante de esta sociedad industrial es el posicionamiento de la naturaleza respecto de la sociedad y de la sociedad respecto de la naturaleza”. Ahora como nunca el hombre comienza a tomar conciencia de su estrecha relación con el medioambiente y de los efectos de sus acciones. Estamos en el preámbulo de una nueva generación de seres humanos concientes y dispuestos a cambiar sus practicas cotidianas para abonar a una relación mas sana y racional hacia el medioambiente.

Roberto Caporal y Jaime Morales (2006) nos dicen que la gran cantidad de prácticas de desarrollo local y de estilos de agricultura sostenible que están presentes en el territorio latinoamericano, permiten afirmar que existen ya las condiciones indispensables para el cambio de la agricultura basada en los enfoques hegemónicos, hacia agriculturas sociocultural y ambientalmente sostenibles, así mismo consideran que el desarrollo rural sustentable, es una necesidad urgente ante la crisis del sector rural en la región, y las evidencias mostradas por las experiencias agroecológicas comienzan a tener presencia en las instituciones. Afortunadamente, se considera que la agricultura orgánica es una de las actividades económicas de más rápida expansión en nuestro país y el mundo, tan solo en la última década del siglo XX creció arriba de 25% anual, y de 45% a partir de 1996 (Pérez, 2008, La Jornada, 15 de enero). En México se registra ya 87mil 174 productores orgánicos, con 307 mil 692 hectáreas lo que significa el 2.9% de la superficie agrícola nacional (Gómez, 2008, La Jornada, 15 de enero), 204 mil 489 hectáreas mas que en el 2000, lo que significa que en 7 años casi se duplico la superficie de cultivo. Esto coloca a nuestro país en el lugar 15 a escala global en la producción y superficie destinada a la agricultura orgánica.

Laura Gómez Tovar, investigadora externa del CIESTAAM de la Universidad Autónoma Chapingo8, afirma que actualmente en México se cultivan 307 mil hectáreas con 95 productos orgánicos diferentes, contándose ya con más de 83 mil productores involucrados, y una generación de 270 millones de dólares en divisas. Las tasas de crecimiento de la agricultura orgánica superan el 33% anual en superficie, proceso generado por los productores que han encontrado en esta agricultura, un mecanismo de defensa ante la crisis aguda del sector agropecuario (7). Estas cifras, nos hacen pensar que el modelo de desarrollo rural sustentable es más que una remota posibilidad utópica, es un camino en proceso, para quienes lo viven no solo como una actividad que permita el sustento económico, sino que hacen de la sustentabilidad una forma de vida.

Lo que en 1972 en Estocolmo nació como una propuesta para una sociedad sustentable, fue adoptado no solo por los intelectuales, si no también por diversos movimientos sociales: Ambientalistas, conservacionistas, pacifistas, organizaciones de agricultores orgánicos, pueblos indígenas, ciertos sectores religiosos, partidos políticos y algunos grupos empresariales de avanzada. Esta propuesta de la sociedad sustentable, implica adoptar una nueva ética global por la solidaridad y la supervivencia (Toledo, 2003). En nuestro país, la agricultura debe ser estimulada por su valor para proporcionar alimentos y cuidar el medioambiente y no para competir o exportar, simplemente porque no esta en condiciones (Robles, 2008). Por lo tanto resulta urgente la gestión de incentivos económicos gubernamentales para las familias campesinas que produzcan sus propios insumos alimenticios y que aporten a la comunidad alimentos libres de agroquímicos y aguas residuales. Así mismo se deberemos exigir se implanten sanciones severas para aquellos agroempresarios que sobre explotan los mantos acuíferos o que riegan con aguas no aptas para siembra y que con el uso de agroquímicos erosionan la tierra de forma dramática y abecés irreversible, además de contaminar el aire y los mantos freáticos, existe la vulnerable situación de los jornaleros que migran de un lado a otro del país buscando un sustento económico y que resultan seriamente afectados por el uso de agroquímicos altamente tóxicos.
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Las autoridades han mostrado una absurda tolerancia hacia este tipo de agricultura, sin embargo resulta urgente que se tomen medidas regulatorias ya que lo que esta en juego no solo son fuentes de inversión y empleo, sino la soberanía alimentaria de una nación así como la salud de su ecosistema y sus habitantes. Tomar a la familia campesina como la punta de lanza para el desarrollo del campo así como para el crecimiento económico del país es hoy más que una posibilidad es una necesidad urgente.

La crisis económica de Estados Unidos y la consecuente repatriación de miles de connacionales campesinos, implica un reto sin precedentes para el estado. La desaceleración económica de nuestro país es una realidad que no ofrece alternativas laborales suficientes ni siquiera para los que actualmente habitamos. Habremos que estar al pendiente de las próximas decisiones que se tomen en torno al campo mexicano, pero principalmente será necesario hoy más que nunca, participar activamente para apoyar y respaldar ciudadanamente a los miles de campesinos que se han venido organizando en una lucha que no puede dar marcha atrás. Quienes habitamos en las ciudades estamos obligados moralmente a respaldar a quienes con su trabajo permiten nuestra existencia en estas cada vez mas extensas e insustentables urbes de concreto.

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